DESTRUYENDO A JAVIER RÍOS A 82 KM/H (dedicado a Enrique Murillo)


Las rondas de Barcelona tienen una limitación genérica de velocidad máxima de 80 km/h. Fija, afortunadamente. No se trata de una vía catalana de las que tuvo que soportar sobres sus carnes asfálticas la ridiculez del límite de velocidad variable del tripartito. Hay conductores que intentan mantener una velocidad de crucero ligeramente por debajo de esos 80 km/h. Los conductores que conducen a 79 km/h por las rondas de Barcelona, desean ir por la vida con la tranquilidad que da la seguridad de que ningún radar los interceptará, acatando, cumpliendo, conduciendo de manera que su devenir vital se integre armoniosamente en lo establecido. Esto les reconforta y les otorga una cierta autoridad.

Adelantándolos poco a poco por el carril de su izquierda, van los conductores que, sin ser temerarios, deciden asumir el riesgo de poner su coche a 81, quizá 82 km/h. Dentro del orden establecido, sin poner en peligro a nadie ni correr el riesgo siquiera de perder los puntos que nos legitiman como buenos conductores rodeando la ciudad. Pero permitiéndose salirse por la mínima y por la tangente, como queriendo afirmar un incontenible deseo de independencia, de criterio propio, de capacidad de asumir riesgos... Confiando en que, al final, los radares dejan algo de margen y que en la vida hay sitio también para ellos, aunque no se ciñan a la autoridad de la manera más estricta. Incluso estando dispuestos a no contar con el derecho a la autoridad del absoluto cumplidor.

Hace un mes escaso que he adquirido un coche con once años y más de 150.000 a cuestas. No podría haberme permitido otro en cualquier caso. Pero soy tan feliz con él cuando rodeo Barcelona, mi ciudad, por las rondas a 81, quizá 82 km/h... Es exactamente el coche que quería. Soy un sentimental y cada vez que lo veo me emocionan los recuerdos que me trae, su graciosa forma achatada y su color indescriptible. Me he permitido rebasar con él los límites por la mínima y confío en que no voy a recibir ninguna notificación a cargo de radares orwelianos. Es un modo de ser, supongo. Una actitud ante la vida. Una manera de ir por las rondas y por el mundo. Las rondas, como el mundo, son redondeadas. La vida, como las rondas, da muchas vueltas.


Rebasé los límites con el título y la portada de mi primer libro, “Destruir España (antes de que Ella nos destruya a todos)”. Insisto, el título y la portada unidos, creo que al final me cerraron más puertas de las que me abrieron. O mentes, que es lo que yo quería abrir en realidad, nunca albergué la más mínima esperanza de que mi primera obra me abriese ninguna puerta de sucursales de bancos y cuentas en Suiza. Pero sí de que llegase a un enorme número de lectores catalanes y españoles, con ganas de leer algo sobre su país o países (o sobre su país y su estado opresor) escrito a 81 u 82 km/h, no a unos cómodos 79. Pero esa portada combinada con ese título fue demasiado, supongo. Para mí era divertida, fresca e impactante, gráficamente sintética, concisa, certera. Pero para muchas otras personas llegó a ser ofensiva e incluso atemorizante. Yo quise provocar, sí. Provocar sobre todo que le diesen la vuelta a la portada para descubrir en la sinopsis la propuesta de un libro lleno de amor por España. Roto, pero amor al fin y al cabo. Pero provoqué en muchos casos que el potencial lector se bloquease con prejuicios sobre este autor y su obra. El día de Sant Jordi, mi primer Sant Jordi, la mayor ilusión de un escritor novel, terminé la jornada en una caseta de la Rambla de Cataluña, entre las 7 y las 8 de la tarde. Tuve que mirar para otro lado varias veces, agachar la cabeza, cuando desde el río de gente que pasaba ante mí veía reflejados en las caras de los transeúntes sentimientos de desprecio, asco, rabia, rechazo que nunca quise despertar en nadie. No a este nivel. No sin ni siquiera leer el libro. Y menos aún en gente que lee, como la que asumo que pasaba ante mí ese día.  Asco y desprecio sólo por un título y una portada. Y pensé entonces en el momento de sentarme a escribir mi segundo libro, dudé incluso de escribirlo. Pensé que mejor ponerme a prueba a mí mismo escribiendo una novelita femenina a lo Maxim Huerta o un libro de auto-orgasmación mental como Elsa Punset. En la caseta anterior, estuve sentado entre estos dos pesos pesados de la literatura, una experiencia de lo más anuladora como autor.

Se habla de crear una nueva sección en las tiendas de libros, la de libros “mediáticos”. Da igual de qué trate el libro mientras su autor salga en la tele y tenga el suficiente nivel de fama para que los espectadores deseen convertirse en lectores a cambio de una foto con la celebrity mientras les firma.

 “¡Oh, cielos!, ¡he comprado un libro!”

Al día siguiente de Sant Jordi, me dijo un librero “pero si tu libro también es mediático, tú sales mucho en la tele”. El efecto que estas palabras produjeron en mi corazoncito de autor fue repulsivo. Me considero alguien que ha puesto al alcance de todos sus conciudadanos algo tan íntimo y personal como su relación afectiva con el propio país. Pero tengo que agradecer estas palabras porque me hicieron comprender por dónde tengo que seguir conduciendo mi escritura. O más bien cómo: a 81, quizá 82 km/h, siempre. Seguir buscando ir un poco más allá sin renunciar nunca a ese impulso personal y subjetivo que me mueve a escribir lo que me nace de dentro para buscar una reacción reflexiva en el lector. Como le dije a Esperanza Aguirre: “es un libro, Esperanza, no una hoja de Excel”. Yo soy un escritor, no un político, ni un banquero, ni un economista, ni un ingeniero de caminos, ni un arquitecto, ni un periodista, ni un experto en carpintería de aluminio, ni en civismo, ni en historia... Ya no sé ni tan sólo si soy español, catalán, las dos cosas a ratos o ninguna en absoluto a tiempo parcial. Si soy de Cádiz o de Barcelona. Si nací en Cádiz y Barcelona me posee o si yo poseo a Cádiz dentro de mí pero vivo dentro de Barcelona en una especie de posesión que sólo un recorrido tranquilo por la N-340 podría aclarar.

Pero a pesar de todo, de todo ello escribo, porque me gusta, porque me nace, porque me mueve, porque así lo siento. Porque hoy, mientras surcaba sobre la ronda litoral a 82 km/h el túnel de la Vila Olímpica, todo mi ser deseaba ser catapultado del asiento del coche, volando entre la sede de Gas Natural y el hotel Arts a mi minipiso de la Barceloneta y hasta esta silla de madera con cojín dispuesta frente al ordenador. Para escribir esto. Para escribir. Hoy empiezo a escribir mi segundo libro. A 82 km/h.


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Gracias, Enrique Murillo, por permitirme vivir todo esto.
Y lo que te rondaré, morena.
¡por las rondas, y a toda leche!

Con Enrique Murillo, editor de "DESTRUIR ESPAÑA (antes de que Ella nos destruya a todos")



Comentarios

  1. No te quedes en solo 82 por hora Javier estamos muy atrasados y hay que acelerar. Felicidades por tu libro.

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  2. Eduardo muchas gracias por tu apoyo, siginifica mucho para mí poder hacer notar que es un libro muy personal y sentido.

    Hasta el miércoles!!
    Javier

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  3. En aquel correo de una lectora agradecida creo que te transmití todo lo que pienso... Solo me queda alegrarme de que sigas escribiendo y de que valores la labor de un editor de lujo. Has tenido mucha suerte. Disfrútalo.
    Nos vemos en la carretera... :)
    ¡Un abrazo!

    Míriam

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  4. Pues desde luego en el capítulo dedicado a Castilla (que SÍ he leído) no es que vayas a 82 km/h, es que sobrepasas con mucho los 120. Con lo mucho que parecen molestarte los tópicos contra Cataluña, en los referidos a Castilla en esa parte del libro te recreas con delectación. Si los unos causan en tu tierra (de origen o acogida) como bien sabes desprecio, asco, rabia y rechazo, supongo que no imaginarías que en la de los demás ibas a provocar cariño, interés, simpatía y amistad...

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